Una pasión familiar
Foto cortesía: Carlos Tapia
En un lugar alejado de la ciudad de Quito y rodeado por nueve volcanes, el día empieza mucho antes de que el sol aparezca. A eso de las cuatro de la mañana, Carlos Tapia inicia su jornada. Él es uno de los tantos chagras que existe en el cantón Mejía.
La mañana es fría. Carlos ingresa a su habitación. Justo en la entrada tiene su colección de ponchos hechos de lana de borrego que los trae de Otavalo. Escoge uno, toma su sombrero y sale de su casa.
Cada poncho puede costar entre
$50, $60 o incluso $100.
Se dirige hacia el establo. Los caballos se ponen muy felices con la llegada de Carlos. Son alrededor de 15 ejemplares y están listos para salir.
Juan Carlos, su hijo mayor también lo acompaña. Ambos llevan a los caballos a un terreno cerca de su casa. Ahí aprovechan para bañarlos y darles agua.
El sol apenas aparece. Son las 6 de la mañana. Su esposa, María Jiménez, sale a ordeñar las vacas.
Después, se pone a preparar el desayuno y mientras tanto cuenta que está casada con Carlos hace ya 25 años, mismo tiempo que llevan viviendo en el sector de La Joya, al sur de la capital.
En ese instante, Carlos y su primogénito llegan.
“Tomamos café y de ahí ya estamos con los animales afuera”, cuenta Carlos.
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El momento de partir a un terreno más lejano empieza.
Montado en uno de sus caballos, Carlos con la ayuda de su hijo dirigen al resto de los equinos.
Durante el trayecto, Carlos recuerda que “un toro me tumbó con todo y caballo. Tengo heridas. Eso le pasa a cualquier chagra, pero ahí estamos saliendo adelante”.
Son cerca de las 10 de la mañana. Los caballos comen yerba o trotan en el lugar. Mientras tanto, él y su hijo aprovechan para cortar hoja (residuos de la cosecha del maíz) y yerba. Este será el alimento que se les dará a los caballos y a las vacas en la tarde o incluso en la mañana siguiente.
Al mediodía, los dos Carlos saben que la hora del almuerzo ha llegado.
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Alrededor de la mesa están Carlos, su esposa, su hija y su primogénito. La familia está casi completa, aún falta que su hijo menor llegue de la escuela.
La jornada es larga y lamentablemente no pueden esperarlo para compartir este momento.
Luego, los dos Carlos salen a sondear el ganado y a sus adorados corceles.
Dedican la tarde a la preparación de los caballos para el próximo desfile: El Paseo Procesional del Chagra en Machachi. Los peinan, los bañan y los entrenan para que estén listos para el evento.
Pero eso no es todo lo que realizan durante el día. Porque “también hay otras actividades que solo en la vida del campo se hacen. Cojo mi machete y empiezo a limpiar la maleza que ha crecido cerca de mi casa. Cojo un azadón y así se va el día”, dice Carlos.
“A mi familia le gusta la vida de campo”, añade.
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La noche cae. Son alrededor de las 7. Carlos y su hijo están a punto de llegar con los caballos. Luego de llevarlos al establo, padre e hijo entran a la casa.
Una sala convertida en un santuario del chagra se avizora. Hay colchas, trofeos y colecciones de ponchos y sombreros por doquier.
Video: Daniela Cevallos
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El momento de compartir con la familia completa ha llegado. Ha sido una ardua jornada, pero Carlos aprovecha para conversar con sus tres hijos y su esposa sobre lo acontecido en el día. Y también para ver a su nieto querido.
Foto: Daniela Cevallos
Una energía muy cálida se siente en el ambiente.
De pronto, se ponen a recordar viejos momentos. Su hija Fernanda saca un álbum con fotografías. Se trata de un tesoro familiar que guarda una vida dedicada a los caballos. Recuerda que empezó a montar caballos desde los cinco años.
“Son como mis mejores amigos. Me gusta pasar con ellos y cuidarles”, comenta Fernanda.
En la pared cuelgan bandas que ella obtuvo cuando participó en un concurso de chagras realizado en el cantón Mejía. “He participado para candidata a chagra hace tres años aproximadamente. Fue una experiencia muy linda. Demostré todo lo que nosotros sabemos, nuestra cultura y nuestra tradición”, dice.
Hablando sobre la próxima presentación que tendrán; es decir, la Procesión del Chagra, Carlos menciona que “más antes era todo lindo. Se disfrutaba la fiesta del Chagra. Ahora todo es puro negocio. Si no hay plata no se desfila. El año anterior estaba a $10 por caballo y ahora dicen que nos van a poner a $15. Como capital del chagra, deberían considerar que venimos gastando en herrajes y en el trasporte de los caballos, pero no lo hacen”.
“Nuestra afición sale cara, pero es lo que
nos gusta hacer”, añade.
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Mientras siguen viendo las fotografías y recordando anécdotas, decido entrevistar a los hijos de la familia que se mostraban un tanto callados ante mi presencia.
Juan Andrés, el menor, es el más emocionado. Él mira con gran admiración el trabajo de su papá. Con tan solo once años de edad, ya tiene una visión muy clara de lo que quisiera hacer en un futuro: seguir los pasos de su padre.
Estas palabras llenan de orgullo y emoción a Carlos. La sonrisa en su rostro es inevitable.
Por un momento, todos en la sala se quedan callados reflexionando sobre lo mencionado por el menor de la familia.
Transcurren unos minutos y decido acercarme al hijo mayor. Noté que quería decir algo. Un tanto tímido accede a responder a mis preguntas.
Así es como cada día esta familia comparte la misma afición por los caballos y por la vida del campo.